Hablando del Sector Editorial con Lana Fry
¡Hola!
Como ya os comenté el mes pasado, planeaba hacer una serie de entradas sobre cómo es el sector editoriañ y, gracias a Dios conozco a basatante gente para que me ayude con estas entradas. Si el mes pasado hablaba con Ediciones Labnar, este mes hablo con mi amiga la autora Lana Fry.
Este post es totalmente disitnto del que os traje el mes pasado porque en lugar de hacerlo en formato entrevista, Lana y yo decidimos que yo le diría lo que quería que comentase y, sobre eso ella escribiría. Queríamos innovar porque ya publiqué una entrevista con esta maravillosa autora y amiga, que os dejo aquí.
Así que sin más dilación os dejo con las impresiones de Lana sobre el proceso de autopublicar.
Empezar
a escribir, para mí, es fácil. Otra cosa es que lo haga. Muchas veces no
necesito más que el chispazo de una idea para ponerme a teclear como una loca
o, si no tengo un ordenador delante, usar una nota del móvil o la libreta. ¿Y
la de veces que he soñado algo que recuerdo al día siguiente y me parece una
idea cojonuda para empezar una novela? Me faltarían dedos en las dos manos para
contarlas todas.
En
ese aspecto soy muy impulsiva, algo que no me ha ido muy bien con los años. «Si
el plan no funciona, cambia el plan, pero no la meta». Lo que me ha costado
aprender a mí esto. Me empecinaba en ponerme a escribir nada más me venía la
idea y el resultado siempre era el mismo al final: quedarme a medio camino. Con
ilusión y ganas se llega a cualquier sitio, me decía… sí, pero no en mi caso.
Me faltaba ser algo previsora y dejar madurar un poco esa idea genial para ver
si después seguía siéndolo. Si la respuesta era afirmativa, entonces empezar a
planear lo más básico y tener siempre un punto al cual llegar. Si era negativa,
podía ser por dos cosas: que la idea no era tan buena como creía y, por lo
tanto, no había mucho jugo que sacar o, por el contrario, lo único que
necesitaba era un cambio de perspectiva.
Pide
un deseo fue una de las pocas que conseguí terminar y, a día de hoy sigo sin
saber cómo lo hice porque no planifiqué nada. Claro, ahora lo lees tiempo
después y encuentras cosas que te hacen querer darte cabezazos contra la pared
porque piensas que, de haberlo planeado más y mejor, podría haber quedado mucho
mejor.
Pero
todo es cuestión de aprender y estos errores son los que me han hecho ver cómo
NO tengo que hacer las cosas de ahora en adelante.
Deberíais
ver lo mucho que ha cambiado mi mentalidad a la hora de ponerme con la
siguiente novela. Nada que ver con todo lo hecho anteriormente. He cambiado el
plan, como decía la frase de arriba.
Para
empezar, la idea lleva madurando en mi cabeza más de dos años. De hecho, empecé
con ella cuando Pide un deseo ni siquiera era un proyecto de nada. Le di
vueltas y más vueltas a la trama; me sentía como si estuviera delante de un puzzle
de 1500 piezas, de las cuales solo se necesitan 1000 para completarlo. Unas
cosas sirven, y otras, no. No me servía meterlas con calzador porque sabía que,
a la larga, no funcionaría. Con esto peco un poco de Síndrome de Diógenes…
intento guardar todas las ideas que voy desechando porque, quién sabe, a lo
mejor me sirven para otra historia.
Con
#ProyectoTTM, bautizado así provisionalmente hasta que pueda decir el título
completo, tengo un precioso y enorme tablero de corcho lleno de post-it de
colores. Llegados a este punto, tengo que decir que mi cabeza, cuando planea,
piensa en escenas. Luego, estas escenas pueden convertirse en capítulos o no.
He dicho que son de colores los post-it, ¿verdad? Pues bien, tengo la costumbre
también de escribir desde el punto de vista de los dos personajes
protagonistas. Si la escena en cuestión es desde el punto de vista de L, pues
el papelito es rosa, y si es de K, pues en azul. Me resulta muy fácil y visual.
Después,
tengo una tabla de Excel súper chula en el que esas mismas escenas las sitúo en
el tiempo. Esta segunda novela dura lo que es todo un curso universitario y hay
unas cuantas escenas que tienen su momento concreto. Viendo el calendario, me
hace ver mejor si las escenas se apelotonan en un espacio de tiempo muy corto,
mientras que hay partes que están vacías. Me ayuda a darle una mejor
continuidad temporal.
Luego
está la famosa libreta en la que guardo hasta planos de las viviendas (hechas
muy cutremente, todo hay que decirlo), puntos que tengo que tener en cuenta
para cuando me toque revisar, frases que me han venido a la cabeza y no quiero
que se me olviden, escenas bosquejadas de forma rápida a la espera de que le
llegue su momento dentro de la trama para ser desarrolladas, y un montón de
cosas más.
Pero
nada de esto tendría sentido sin los personajes. A veces me hace gracia cuando,
al leer reseñas, la gente dice que le ha encantado tal o cual personaje, que le
ha cogido cariño. Yo lo he hecho como lectora, pero luego como escritora
pienso: si un lector opina eso y conoce solo una parte… ¿cómo me sentiré yo
sabiendo todo lo que sé de él? Estoy en su cabeza, en su corazón y en su
cuerpo; es como una extensión de mí misma. E intentar ponerme en su piel para
saber qué haría y qué no, o preguntarme porqué responde así cuando sería más
fácil decir otra cosa, es algo que no tenía en cuenta antes. Ahora, me doy un
tiempo para conocer a los personajes, para saber qué les motiva y les mueve,
que esconden bajo esa sonrisa o esa triste mirada. Tengo que saberlo, ¿no? ¿Cómo
puedo escribir si no sé nada de ellos? Siempre hay que dejar un pequeño margen
para que te sorprendan, pero conocer a los personajes es algo muy importante.
La historia gira en torno a ellos y, si ellos no son coherentes, la historia,
por muy buena que sea, tampoco lo será.
Si
hay algo que todos los escritores temen, al menos, la mayoría que yo conozco,
es el típico bloqueo. Mis bloqueos anteriores venían por una falta de
planificación que me llevaba a frustrarme ante el primer inconveniente para el
que, obviamente, no estaba preparada. Ahora, puedo tenerlo todo planeado, pero
seguir bloqueándome. Todos tenemos problemas en casa, en el trabajo o en las
clases; podemos no encontrarnos bien un día o levantarnos con pocos ánimos.
Todo esto influye y quitan las ganas de hacer algo. Al principio, me empecinaba
en estar delante de la hoja en blanco hasta que me dolieran los ojos y la
cabeza. Tenía que salir y de ahí no me movía hasta que no lo hiciera, aunque
luego fuera una auténtica basura. Lo sigo haciendo, que conste. Más que
perseverante podría que decir que soy cabezota, la diferencia ahora es que, si
me paso dos días y no sale nada, me voy a hacer otras cosas. A mí,
personalmente, no me sale forzándolo.
Durante
esos días, la idea de abandonarlo todo pasa por la cabeza. Vuelves atrás y
piensas que lo has hecho todo mal desde el principio, que lo mejor sería que lo
tiraras todo a la basura y empezar de nuevo otro proyecto porque estaba claro
que esa idea era una mierda. Lo he pensado y sé que lo pensaré en futuros
proyectos. Me considero una persona con una confianza en sí misma llena de
altibajos. Igual un día puedo creer que mi novela va a petarlo todo y que mi
protagonista romperá corazones allá por donde vaya, como pensar, esa misma
tarde, que no va a llegar a ninguna parte. Me dicen que soy muy exigente y
tienen razón. Pero, ¿sabes qué pasa? Cuando le has puesto tanta ilusión a un
proyecto y las expectativas que te habías creado no han llegado a cumplirse ni
de lejos, te enfadas contigo misma. Piensas: «debería
haberlo hecho mejor. Tengo que hacerlo mejor» Y lo haces, te exiges más en el
siguiente proyecto hasta el punto en que no te permites ni un solo error.
Esto
no es bueno tampoco y cuesta desprenderse de esa sensación de fracaso cada vez
que las cosas salen mal.
Pero
como he dicho antes, toca seguir aprendiendo.
Una
vez terminado el proyecto (con las correspondientes revisiones y correcciones),
llega el momento de pensar en qué vas a hacer con él. La primera opción de la
mayoría es mandarlo a una editorial y también fue mi único pensamiento mientras
lo escribía. Publicar con editorial es un sueño para todos los que escribimos,
aunque los hay que prefieren ir por libre y controlarlo todo ellos mismos.
Entonces, ¿por qué opté por autopublicar Pide un deseo y no terminé por
mandarlo a editorial? El factor tiempo fue determinante. Una vez acabada la
novela, yo quería verla en el mercado lo más pronto posible, sin tener que
esperarme a una respuesta que posiblemente nunca llegaría. El miedo a esta
negativa también fue un factor a tener en cuenta.
Es
duro autopublicar y más si es la primera vez. El poder de control que te da
tiene sus desventajas también. A mí me ha ido bien en las partes relacionadas
con el libro: maquetación, subida del ejemplar y demás. La parte promocional es
la que no llevo tan bien. ¿Sabéis la cantidad de libros que salen al día? Es
una burrada. Ante esa avalancha, no importa si tu novela es buena o mala, lo
que importa es que hagas el ruido suficiente para que alguien te escuche y se
dé cuenta de que estás ahí. Y no es algo que haces cuando sale el libro y luego
te olvidas. Para nada. Si no quieres ahogarte en todas las novedades que salen
al día, más te vale seguir haciendo ruido para que, los pocos que te
conocieron, no te olviden. No es fácil de asimilar que haya una memoria tan a
corto plazo, no cuando tu memoria todavía no ha olvidado los meses y el trabajo
duro que te ha costado.
Ser
autopublicado no es fácil, a no ser que lleves ya unas cuantas novelas a tus
espaldas y que goces de cierto renombre. Pero para llegar a eso, hay que pelear
y trabajar muy duro. Todos los días. Sigo trabajando esto aunque es lo que peor
llevo. Soy tan tonta que piensa que estoy siendo pesada si subo dos o más posts
sobre mi novela. Hay gente a la que no le importa y spamea todo lo que quiere y más. ¿Un término medio, por favor?
Gracias.
Con
#ProyectoTTM, voy a intentarlo primero con editorial. No porque no quiera
autopublicar, sino porque es el orden más natural. Primero editorial y,
después, autopublicar. Me estoy mentalizando para que, si en la editorial dicen
que no, no creer que ha sido un fracaso o pensar que la novela es una mierda.
Hay muchos motivos por los que pueden no coger tu novela. Una negativa no es
cerrarte todas las puertas, es abrirte otras.
Un
punto a tener muy en cuenta, es la parte económica. Da igual si tu idea es ir
por libre u optar a probar en medios tradicionales; hay cosas que creo que son
necesarias en las dos partes.
Para
empezar, hay que contratar un buen corrector ortotipográfico y de estilo. Y
posiblemente pensarás: ¿Por qué contratarlo si solo quiero mandarlo a editorial
y allí me lo corregirán? Muy sencillo: porque no todas las editoriales tienen
correctores y por experiencia te diré que es muy vergonzoso que, de tu novela,
lo único que destaquen sean las faltas ortográficas. Son hechos puntuales, no
estoy hablando de que todo el mundo lo haya hecho, pero basta esa mala crítica
para agriarte todo el buen sabor que te habían dejado las primeras. El colmo
fue que yo sí contraté a una correctora pero mi error fue confiar demasiado,
creyendo que me lo dejaría perfecto y que no tendría que preocuparme después de
eso. MAL. El resultado final dejaba mucho que desear y pecar de ese error de
exceso confianza es algo con lo que llevo cargando desde entones y que, aún a
día de hoy y después de tener meses la novela en el mercado, me afecta a la
hora de promocionarla.
Por
otra parte, también he leído novelas de editoriales plagas de errores. ¿El
problema? Que esos errores no son tan graves que si los cometiera un autopublicado.
La cosa está en que no es el error el que dicta su propia gravedad, sino que
esta la concede el ojo que lo mira, los prejuicios. Si esa misma persona que me
detectó a mis los errores, lo hubiera hecho siendo yo una autora de editorial,
tengo clarísimo que no habría pedido que le devolvieran el libro como sí quiso
hacer con Amazon.
Hay
que contratar un buen corrector, pedir referencias, buscar más exhaustivamente
y no quedarse con el primero que te haga el precio más bajo. Es una inversión,
no un gasto, y aunque duela ese desembolso, te aseguro que luego lo
agradecerás.
El
dinero es el quebradero de cabeza de todo el mundo y más para un autopublicado:
a no ser que seas un manitas en todo, tendrás que contratar, aparte del
corrector, un diseñador gráfico que te haga la portada. He visto verdaderos
horrores por ahí. Además, si quieres dar algún detalle a tus lectores en alguna
presentación o evento, tendrás que hacerte con unos marcapáginas, postales o
chapas, que tan de moda están ahora.
¿Oís cómo suena la caja registradora?
Espera,
que suena otra vez: el registro en la Propiedad Intelectual.
Es
muy complicado recuperar la inversión económica.
Y no
solo es el bolsillo el que va menguando, sino la confianza contigo mismo y tu
trabajo con las críticas. O la falta de ellas, en todo caso. Si te paras a
pensarlo, la indiferencia es peor que una mala crítica. En ella, la persona se
ha tomado su tiempo para escribirla, te considera lo bastante importante como
para hacerlo. ¿Tenéis idea de lo que duele ver que la gente se lee tu libro
pero que ni siquiera dedica dos segundos a ponerle alguna estrella? Ya no estoy
hablando de una reseña, sino de una maldita puntuación. Se nota el resquemor,
¿verdad? Pero es que es así de cierto. Tú le has dedicado meses de tu vida a
ese trabajo para luego recibir esta indiferencia.
Aun
con todo, publicar un libro es una experiencia que estoy deseando repetir.
Estoy a nada de terminar la escritura del primer borrador de #ProyectoTTM y no
veo el momento de verlo en el mercado, me da igual el método que sea. Escribo
porque me gusta, y aunque a veces esto me dé más momentos de cal que de arena,
vale la pena todo cuando ves llegar tu primer ejemplar de prueba y compruebas
lo bonito que ha quedado. Entonces piensas: «joder, todo esto lo he hecho yo.
Es mío». Y te crees capaz de cualquier cosa.
Escribir no es fácil y quien diga lo
contrario es que nunca se ha parado a hacerlo de verdad. Es más que juntar una
palabra tras otra.
Es una cuestión de orgullo y
perseverancia, de desgarrarte a veces a ti misma para poder ponerte en la piel
del personaje y transmitir lo que buscas. Escribir mientras ves borroso por las
lágrimas es una sensación indescriptible.
Es pensar que estás haciendo un
trabajo solitario pero que no tiene porqué serlo. O asimilar que no todos van a
ir de buen rollo y que habrá gente que intentará ponerte la zancadilla.
Es admitir que te corroe la envidia
cuando ves que otras personas consiguen lo que tú quieres y preguntarte, en
tono de queja, porque ellos sí y tú no.
Es mentalizarte para borrar partes
enteras en un solo click cuando, a lo mejor, te has pasado semanas
escribiéndolas.
Es saber agachar
la cabeza cuando te dan consejos y no clavar las uñas en las palmas de las
manos porque te gustaría rebotarte, pero no lo haces porque sabes que tienen
razón.
Es saber ser capaz de felicitarte si
las cosas salen bien y no ser siempre tan exigente y duro contigo mismo.
Escribir
es muchas cosas y para cada uno, serán cosas diferentes.
Muchas gracias a Lana por haber compartido su experiencia conmigo para esta serie de entradas. Os dejo sus redes sociales, así como el link de compra de Pide un deseo, del que podéis leer mi reseña pinchando aquí. Y, si leeis el libro o, ya lo habéis leído NO OS OLVIDÉIS DE DEJAR AUNQUE SEA UNA PUNTUACIÓN.
Twitter de Lana: @lanafry_
Nos vemos la poxima semana con una nueva entrada.
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